Su
moto ruidosa, su melena por el hombro y su anillo azul, mucho más
famoso entre los jóvenes del Alquian, que los chistes malos de
chiquito de la calzada. Desde las azoteas se lanzaban merengues
contra las viejas, y a las puertas del local se ligaba como se podia,
o con lo que se podia, eran tiempos de porros, cervezas y motos. Así,
en grupos, en compañía siempre fué pasando su adolescencia y su
juventud, reivindicando el derecho a ser feliz, a una vida digna,
donde el trabajo fuese realmente nuestra fuente de riqueza para tener
un hogar y todo lo que ello lleva aparejado, el derecho a una
juventud para disfrutarla, y pasaron los años y el tiempo borro de
nuestra cara la inocencia aprendida en el barrio.
A
las tantas y de estriar con olor a sulfatos, en el Ford y ya donde la
noche habia tomado su posición, cansado y algo malhumorado pues el
campo, eso tiene, que no dá para ser feliz, una ducha, algo de tele
vieja, la tele porque él, nosotros éramos aún demasiado jóvenes
para saber que estábamos construyendo nuestra vida. Con algo de
hambre de todo el día y el frigorífico casi o vacío, pues éramos
dos ejemplos claros de la clase trabajadora de antaño, así que un
vaso de leche, algo de charla, y a la camita que al día siguiente lo
esperaban de nuevo aquellos cuatro plásticos.
Pasaban
los días entre estrías de tomates, viajes al centro de la ciudad
donde vivíamos, los grupos donde reivindicábamos nuestra vida y
aprendíamos a manejarla mejor, donde conocíamos a los que nos iban
a acompañar después en los años venideros. Exultante de juventud,
derrochador de vida.
Risas,
hambre y risas, a comer a casa de Jose, que su mama cocina bien y no
teníamos dinero, y la mamá de Miguel hacia mientras las cortinas y
las fundas del sofá. Era la calle Hilera, donde se fraguaron amores
de una noche, sexo rápido y fugaz, y primeras experiencias, donde
hubo niños saltando de habitación por la parte más dificil, como
hacen los crios, presidentes internacionales, cenas, café y comida,
algo de miedo, como acompaña a toda casa vieja y con la vida de
aquella lavadora que nunca llegó, pero sobre todo gente, mucha
gente, mucha vida, y él siempre dispuesto, siempre atento, sin
faltar al detalle.
Solo
la parte de delante de la camisa y el chaleco, para que gastar más
tela, noche vieja de marcha, de estreno, a ligar, no sería guapo, ni
esbelto, ni alto, ni agraciado en la palabrería, pero era el que más
ligaba, porque le echaba a la vida, eso que nos cuesta tanto ponerle,
morro, picante, pimienta, sabiduría de barrio, así era Miguel un
tio de barrio, del Alquian.
Se
añadieron dos más a la familia, los chicos de oro, nos llamaban
cariñosamente, vivíamos bien, donde queríamos y con quien
queriamos, con la dureza del compartir aprendimos del mundo, eso, la
importancia de lo esencial y no de lo material, aunque mil millones
de veces caemos en lo contrario, pero lo hemos vivido y eso no nos lo
quita nadie. Zapillo, mar, amores, risas, cristales rotos, vida,
vida, vida.
La
calle Granada, Ansgar, la alemana, los amores, la adolescencia y
juventud mezclada con la experiencia, las reuniones de convivencia,
los tes saharauis, tus risas, tu vida, la vida.
Pero
como toda experiencia, aquella empezó a tocar a su fin, tu a
Granada, yo a Sevilla, Felipe a su proyecto de pareja, y Migué al
suyo. Por medio, negocios, pub, primos, amigos, risas, llantos,
disgustos, viajes, vacaciones, valencia, camping, playas, nudismo,
ligues, risas, risas, experiencias, mucha vida, vida, vida.
Y
esa misma vida, te la jugó, la arriesgaste muchas veces, y le
ganabas la partida siempre, pero ella se te puso taciturna, cabrona,
jugando contigo donde ibas, al pueblo o la ciudad, solo o con la
mama, ya no servían los consejos y controles de Felipe, ni las
regañinas mías al teléfono, ni las de Luis o Antonia, la vida
había empezado a hacerte trampas y mientras tu jugabas ella iba en
serio, mientras tu reias y agachabas la cabeza, como dejando pasar,
ella te tomaba la delantera, y en este oscuro octubre donde ni el
otoño llega, ella te dio un zarpazo y se fué de tu lado, te dejo
tirado sobre la cama de un hospital, a tí, que tantas veces te
habias reido de ella, a tí socarron y cachondo, a tí que jugabas a
hacernos felices, sabiendo que a veces tenias demasiados demonios
dentro. Esa puta y perra vida, a la que tantas veces engañaste, te
ha ganado la partida, eras consciente, lo sé que te la estabas
jugando, y te ganó, y te dejo abandonado a tí sin ella, y a
nosotros sin tí, ahora, nos toca, escribirte como recuerdo sabiendo
que no lo vas a leer, pero por lo menos me queda el consuelo de
soltar lágrimas de tinta porque de las otras ya tengo los ojos
demasiado doloridos, que te quiero cabrón, que cuanto mas me
cabreabas mas te quería, y nadie podrá quitarnos lo que hemos
vivido, ni siquiera la vida, porque entonces éramos nosotros los que
ganábamos siempre la partida.
Donde
quiera que estes sigue riéndote, que nada ni nadie, ni siquiera la
muerte te quite eso Miguel, tu eres grande.
Jose
Salvador (en un octubre amargo a mi amigo del alma Miguel Cabeo)
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